El anhelo de Dios en Sion
Los cantos de Sion son himnos alegres que magnifican la belleza de Sion y la soberanía del Señor, quien reina desde su monte santo. Estos salmos a menudo alaban los méritos de la casa del Señor y expresan un amor por el Santuario que se encuentra también en otros salmos. Muchos de estos salmos fueron compuestos por los hijos de Coré, quienes experimentaron de primera mano la bendición de la casa del Señor como músicos del Templo (1 Crón. 6:31- 38) y como guardianes de las puertas del Templo (1 Crón. 9:19).
¿Qué hace que Sion sea fuente de esperanza y alegría? Sion representaba la viva presencia de Dios entre su pueblo. Así como el pueblo de Israel es el pueblo elegido de Dios (Deut. 7:6), Sion es el monte elegido de Dios (Sal. 78:68; 87:2). Dios reina desde Sion (Sal. 99:1, 2) y fundó su Templo también en Sion (Sal. 87:1). Así pues, Sion es un lugar de bendiciones y de refugio divinos. A menudo se hace referencia a Sion en paralelo (o incluso en forma indistinta) con Jerusalén y el Santuario, el centro de la obra de salvación de Dios para el mundo antiguo.
Las bendiciones de Sion desbordan hasta los confines de la Tierra, porque la Persona y la gracia del Señor superan los límites de cualquier lugar santo. Sion es el gozo de toda la Tierra (Sal. 48:2), y proclama que toda la Tierra pertenece a Dios.
Sábado 9 de marzo
Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. Salmo 84:2…
El corazón del hombre puede ser la morada del Espíritu Santo. La paz de Cristo que sobrepuja todo entendimiento puede descansar sobre vuestra alma, y el poder transformador de su gracia puede obrar en vuestra vida, preparándoos para las cortes de gloria…
Si vuestro ojo está fijo en el blanco, si está dirigido hacia el cielo, la luz celestial llenará vuestra alma, y las cosas terrenales parecerán insignificantes e insípidas. Los propósitos del corazón cambiarán y las admoniciones de Jesús serán atendidas… Vuestros pensamientos se dirigirán a la gran recompensa de la eternidad. Todos vuestros planes se harán con respecto a la vida futura e inmortal
(La maravillosa gracia de Dios, p. 251).
El templo de Dios está abierto en el cielo, y su umbral está inundado por la gloria destinada para cada iglesia que ama a Dios y guarda sus mandamientos. Necesitamos estudiar, meditar y orar. Entonces tendremos visión espiritual para discernir las cortes interiores del templo celestial. Captaremos los temas de los cantos y las acciones de gracias del coro celestial que rodea el trono. Cuando Sion se levante y brille, su luz será más penetrante, y preciosos cantos de alabanza y agradecimiento se escucharán en las reuniones de los santos. Dejarán de escucharse las murmuraciones, las quejas y los lamentos por pequeños chascos y dificultades. Al aplicarnos el colirio celestial contemplaremos la gloria que se extiende más allá. La fe irrumpirá en la sombra infernal de Satanás, y veremos a nuestro Abogado que ofrece el incienso de sus propios méritos en nuestro favor
A fin de conocerle, p. 275).
En el Santuario del tabernáculo construido en el desierto y en el del templo, que eran símbolos terrenales de la morada de Dios, había un lugar sagrado para su presencia. El velo adornado de querubines a su entrada solo debía ser alzado por una mano. Alzar aquel velo, y entrar sin invitación en el sagrado misterio del Lugar Santísimo, acarreaba la muerte, pues sobre el propiciatorio descansaba la gloria del Santo de los santos, a la que nadie podía mirar y sobrevivir. En el único día del año señalado para el desempeño de su ministerio en el Lugar Santísimo, el sumo sacerdote penetraba en él temblando ante la presencia de Dios, mientras que nubes de incienso velaban la gloria ante sus ojos. En todos los atrios del templo se acallaba todo rumor. Ningún sacerdote actuaba en los altares. Los adoradores, inclinados en silencioso temor, dirigían sus peticiones en demanda de misericordia divina…
“Jehová está en su santo templo:
calle delante de él toda la tierra”.
“Jehová reinó, temblarán los pueblos:
él está sentado sobre los querubines, conmoverse la tierra.
Jehová en Sion es grande,
y ensalzado sobre todos los pueblos.
Alaben tu nombre grande y tremendo: él es santo” (El ministerio de curación, p. 344).
El salmista “anhela” y “ardientemente desea” hacer del Santuario su morada permanente, para poder estar cerca de Dios para siempre (Sal. 84:1, 2). La presencia viva de Dios (Sal. 84:2) hace del Santuario un lugar único. En el Santuario, los adoradores pueden “contemplar la hermosura del Señor” (Sal. 27:4; ver también Sal. 63:2) y estar “satisfechos del bien de tu casa” (Sal. 65:4). En Salmo 84, la felicidad incomparable se alcanza en la relación con Dios, que consiste en alabarlo (Sal. 84:4), hallar fortaleza en él (Sal. 84:5) y confiar en él (Sal. 84:12). El Santuario es el lugar donde se alimenta esa relación mediante el culto y la comunión con los demás creyentes. La presencia viva de Dios en el Santuario permite que los fieles vislumbren el glorioso Reino de Dios y saboreen la vida eterna.
Este salmo muestra que las bendiciones de Dios se irradian desde el Santuario. Primeramente, las reciben los que sirven en el Santuario (Sal. 84:4); luego, los peregrinos que van camino al Santuario (Sal. 84:5-10); y finalmente llegan hasta los confines de la Tierra. La espera del encuentro con Dios en el Santuario fortalece la fe de los peregrinos (Sal. 84:7). Mientras que la fuerza del viajero común se debilita bajo la carga del viaje agotador, en el caso de los peregrinos que van camino al Santuario su fuerza aumenta cuanto más se acercan a él.
Incluso cuando se alejan físicamente del Santuario, los hijos de Dios siguen llevando el sello del Santuario de Dios al vivir una vida digna (Sal. 84:11), que caracteriza a los justos que entran en el Santuario del Señor (Sal. 15:1, 2). Al Señor se lo llama “Sol” para indicar que las bendiciones del Santuario, como los rayos del Sol, se extienden hasta los confines de la Tierra (Sal. 84:11). Así, los que permanecen con Dios mediante la fe reciben su gracia, independientemente del lugar donde se encuentren.
Domingo 10 de marzo
Mi alma clama por el Dios vivo. Mi ser entero anhela al Señor. ¡Oh, si tan solo pudiera reflejar más perfectamente su imagen amorosa! ¡Oh, si pudiera consagrarme completamente a El! ¡Oh, cuán difícil le es morir al querido yo! Podemos regocijarnos en un Salvador completo; uno que nos salva de todo pecado. Debiéramos decirle a Dios diariamente: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí para obrar tanto el querer como el hacer su buena voluntad”. A Dios sea la gloria. Sé que mi vida está escondida con Cristo en Dios.
El velo ha sido levantado. Contemplé el rico galardón reservado para los santos. He probado los gozos del mundo por venir, y me ha llevado a despreciar este mundo. Mis afectos, mis intereses, mis esperanzas, mi todo está en el cielo. Anhelo ver al Rey en su hermosura; a quien ama mi alma. Cielo, dulce cielo. Anhelo allí vivir; y el solo pensar cuán cerca está, me hace impacientar por ver a Cristo aparecer. Alabado sea el Señor por darnos esperanza de inmortalidad y de vida eterna a través de Cristo
(Reflejemos a Jesús, p. 342).
Después de buscar al Señor en oración, doy gracias a mi Padre celestial por sus bendiciones. Voy a mi Padre celestial como un niño necesitado va a su padre terrenal. Sabemos que Dios debe estar interesado en nosotros, así como el padre terrenal se interesa en su hijo, pero en un sentido mucho mayor. Me coloco como su hija, y con fe sencilla le pido los pequeños favores, así como le pediría los dones mayores, creyendo que el Señor escucha la sencilla y contrita oración.
Continúo diciendo en mi corazón, me ama, quiere mi amor, y quiere que yo sea feliz. “No quitará el bien a los que andan en integridad”. “Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová”. “Jehová de los ejércitos, dichoso el hombre que en ti confía”. Salmo 84:11, 12
(A fin de conocerle, p. 145).
La obra de la redención estará completa. Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia de Dios. La tierra misma, el campo que Satanás reclama como suyo, ha de quedar no solo redimida sino exaltada. Nuestro pequeño mundo, que es bajo la maldición del pecado la única mancha obscura de su gloriosa creación, será honrado por encima de todos los demás mundos en el universo de Dios. Aquí, donde el Hijo de Dios habitó en forma humana; donde el Rey de gloria vivió, sufrió y murió; aquí, cuando renueve todas las cosas, estará el tabernáculo de Dios con los hombres, “morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos”. Y a través de las edades sin fin, mientras los redimidos anden en la luz del Señor, le alabarán por su Don inefable: “_Emmanuel; “Dios con nosotros” (El Deseado de todas las gentes, p. 18).
Salmo 122 expresa el gozo y la emoción de los peregrinos al llegar a Jerusalén. Las peregrinaciones a Jerusalén eran ocasiones gozosas, en las que el pueblo de Dios se reunía tres veces al año para conmemorar la bondad de Dios hacia ellos en el pasado y en el presente (Deut. 16:16). Jerusalén era el centro de la vida de la nación, porque contenía “el testimonio dado a Israel” (Sal. 122:4) y las sillas del juicio (Sal. 122:5). El “testimonio dado a Israel” se refiere al Santuario, que a veces se llamaba “el tabernáculo del testimonio” (Núm. 1:50, RVR 1960) y contenía el “arca del testimonio” (Éxo. 25:22). Las sillas, o tronos, dispuestas para juzgar, representan el sistema judicial de Jerusalén (2 Sam. 8:15). Por lo tanto, la peregrinación era el momento en que se podía buscar y obtener justicia. La fidelidad a Dios y la administración de justicia al pueblo nunca debían separarse.
La oración por la paz de Jerusalén invoca las bendiciones de Dios sobre la ciudad y sus habitantes, y une a los fieles, haciendo que la paz se extienda entre ellos (Sal. 122:8). Jerusalén solamente puede ser la ciudad de la paz si existe paz entre Dios y su pueblo, y entre los hijos de Dios. Así, la oración por la paz de Jerusalén transmite un llamado al pueblo de Dios para vivir en paz con Dios y entre ellos mismos. En la paz de Jerusalén, el pueblo prosperará (Sal. 147:12-14).
El salmo nos enseña que la oración por el bienestar de la comunidad de fe debe ser el tema principal de las oraciones de los hijos de Dios, porque únicamente un pueblo de Dios fuerte y unido puede proclamar las buenas nuevas de la paz y la salvación de Dios al mundo (Juan 13:34, 35).
Orar por la “paz de Jerusalén” continúa siendo un privilegio y una responsabilidad de los creyentes, porque mantiene viva la esperanza en la venida del Reino de paz en el tiempo del fin, que abarcará no solo a la ciudad de Jerusalén, sino también al mundo entero (Isa. 52:7; 66:12, 13; Apoc. 21-22).
Lunes 11 de marzo
Por todo el país, grupos de peregrinos se dirigían hacia Jerusalén. Los pastores que habían dejado por el momento sus rebaños y sus montes, así como los pescadores del mar de Galilea, los labradores de los campos y los hijos de los profetas que acudían de las escuelas sagradas, todos dirigían sus pasos hacia el sitio donde se revelaba la presencia de Dios. Viajaban en cortas etapas, pues muchos iban a pie. Las caravanas veían continuamente aumentar sus filas, y a menudo se hacían muy numerosas antes de llegar a la santa ciudad.
La alegría de la naturaleza despertaba alborozo en el corazón de Israel y gratitud hacia el Dador de todas las cosas buenas. Se cantaban los grandiosos salmos hebreos que ensalzaban la gloria y la majestad de Jehová. A la señal de la trompeta, con acompañamiento de címbalos, se elevaba el coro de agradecimiento, entonado por centenares de voces:
“Yo me alegré con los que me decían:
A la casa de Jehová iremos.
Nuestros pies estuvieron
en tus puertas, oh Jerusalem…
Y allá subieron las tribus, las tribus de JAH…
Para alabar el nombre de Jehová…
Pedid la paz de Jerusalem:
Sean prosperados los que te aman”. Salmo 122:1-6 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 579).
Cristo había mandado a los primeros discípulos que se amasen unos a otros como él los había amado. Así debían testificar al mundo que Cristo, la esperanza de gloria, se había desarrollado en ellos. “Un mandamiento nuevo os doy —había dicho—: Que os améis unos a otros: como os he amado, que también os améis los unos a los otros”. Juan 13:34. Cuando se dijeron esas palabras, los discípulos no las pudieron entender; pero después de presenciar los sufrimientos de Cristo, después de su crucifixión, resurrección y ascensión al cielo, y después que el Espíritu Santo descendió sobre ellos en Pentecostés, tuvieron un claro concepto del amor de Dios y de la naturaleza del amor que debían tener el uno con el otro. Entonces Juan pudo decir a sus condiscípulos:
“En esto hemos conocido el amor, porque él puso su vida por nosotros: también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”…
En su asociación diaria, revelaban el amor que Cristo les había enseñado. Por medio de palabras y hechos desinteresados, se esforzaban por despertar ese sentimiento en otros corazones
(Los hechos de los apóstoles, pp. 436, 437).
El glorioso evangelio, el mensaje del amor redentor de Dios, debe llegar a toda la gente, y se debe manifestar en el corazón de los obreros. El tema de la gracia salvadora es un antídoto para la aspereza de espíritu. El amor de Cristo en el corazón se manifestará mediante una obra ferviente en favor de la salvación de las almas…
Sea presentado el evangelio como la Palabra de Dios para vida y salvación. El evangelio será ensalzado mediante la manifestación de un espíritu que obra por amor. “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz”. Isaías 52:7 (Cada día con Dios, p. 295).
Salmo 87 es un himno que celebra a Sion como la ciudad especialmente elegida y amada por Dios. Los cimientos del Templo de Dios están en el monte Sion (Sal. 2:6; 15:1). En el tiempo del fin, Sion se alzará sobre todos los montes, lo que representa la supremacía soberana del Señor sobre todo el mundo (Sal. 99:2; Isa. 2:2; Miq. 4:1). Salmo 87 se refiere a Sion como “montes”, para resaltar su majestad (Sal. 133:3). Dios ama las puertas de Sion “más que todas las habitaciones de Jacob” (Sal. 87:2); lo que expresa la superioridad de Sion sobre todos los demás lugares de Israel que fueron sitios especiales de reunión del pueblo de Dios en el pasado, como Silo y Betel. De este modo, el salmo afirma que la verdadera adoración a Dios se realiza en el lugar elegido y de la forma prescrita.
La gloria de Sion atrae a todas las naciones hacia Dios, y así las fronteras del Reino de Dios se extienden hasta incluir a todo el mundo. Fíjate que Dios no trata a las demás naciones como ciudadanos de segunda, si bien se describe a Sion como el lugar de nacimiento espiritual de todos los pueblos que aceptan al Señor como su Salvador.
El registro de las personas se hacía según el lugar de nacimiento (Neh. 7:5; Luc. 2:1-3). Tres veces el salmo afirma que las naciones nacen en Sion, lo que significa que el Señor les ofrece una nueva identidad y les concede todos los privilegios de los hijos legítimos de Sion (Sal. 87:4-6).
Salmo 87 apunta a la salvación tanto de los judíos como de los gentiles, y a su unión en una iglesia mediante el ministerio redentor de Cristo (Rom. 3:22; 10:12; Gál. 3:28, 29; Col. 3:11). La descripción que hace el salmo de la prosperidad de Sion nos recuerda la visión de Daniel del Reino de Dios convertido en un enorme monte que llena toda la Tierra (Dan. 2:34, 35, 44, 45) y la parábola de Jesús sobre el Reino de Dios que se convierte en un enorme árbol que acoge a las aves del cielo (Mat. 13:32).
Martes 12 de marzo
Las naciones de los salvos no conocerán otra ley que la del cielo. Todos constituirán una familia feliz y unida, ataviada con las vestiduras de alabanza y agradecimiento. Al presenciar la escena, las estrellas de la mañana cantarán juntas, y los hijos de los hombres aclamarán de gozo, mientras Dios y Cristo se unirán para proclamar: No habrá más pecado ni muerte”…
“Ciertamente consolará Jehová a Sión: consolará todas sus soledades, y tornará su desierto como paraíso, y su soledad como huerto de Jehová”. “La gloria del Líbano le será dada, la hermosura de Carmel y de Sarón”. “No te llamarán ya más la ‘Desamparada,’ ni se llamará tu tierra ‘Desierta,’ sino que te llamarán a ti ‘Mi complacencia en ella,’ y a tu tierra ‘Desposada.’ … Como la esposa hace las delicias del esposo, así harás tú las delicias de tu Dios”. Isaías 66:23; 40:5; 61:11; 28:5; 51:3; 35:2; 62:4, 5 (VNC)
(Profetas y reyes, pp. 541, 542).
Así el reino de Cristo al principio parecía humilde e insignificante. Comparado con los reinos de la tierra parecía el menor de todos. La aseveración de Cristo de que era rey fue ridiculizada por los gobernantes de este mundo. Sin embargo, en las grandes verdades encomendadas a los seguidores de Cristo, el reino del evangelio poseía una vida divina. ¡Y cuán rápido fue su crecimiento, cuán amplia su influencia! Cuando Cristo pronunció esta parábola, había solamente unos pocos campesinos galileos que representaban el nuevo reino. Su pobreza, lo escaso de su número, era presentado repetidas veces como razón por la cual los hombres no debían unirse con estos sencillos pescadores que seguían a Jesús. Pero la semilla de mostaza había de crecer y extender sus ramas a través del mundo. Cuando pereciesen los gobiernos terrenales, cuya gloria llenaba entonces los corazones humanos, el reino de Cristo seguiría siendo una fuerza poderosa y de vasto alcance…
Y en esta última generación la parábola de la semilla de mostaza ha de alcanzar un notable y triunfante cumplimiento. La pequeña simiente llegará a ser un árbol. El último mensaje de amonestación y misericordia ha de ir a “toda nación y tribu y lengua” (Apocalipsis 14:6-14) “para tomar de ellos pueblo para su nombre”. Hechos 15:14
(La maravillosa gracia de Dios, p. 17).
La constante preocupación de nuestros corazones debería ser: ¿Qué puedo hacer para salvar las almas por las cuales Cristo murió? Alrededor de mí hay almas preciosas, sumidas en la maldad, que van a perecer a menos que alguien trabaje por su salvación. ¿Qué puedo hacer para alcanzar a esas almas errantes, para llevarlas a la gloriosa ciudad de Dios, y presentarlas delante del trono diciendo: “Aquí estoy yo y los hijos que me diste”? …
Dios le ha asignado a cada cual su tarea… Los siervos fieles no perderán su recompensa. Obtendrán la vida eterna y el “bien, buen siervo y fiel” (Mateo 25:23) descenderá como dulce música hasta sus oídos (Cada día con Dios, p. 216).
El salmo ofrece una vívida descripción del mundo en crisis, y lo retrata con imágenes de desastres naturales de una intensidad sin precedentes (Sal. 46:2, 3). La imagen de las aguas turbulentas suele representar a las naciones rebeldes y los diversos problemas que los impíos causan en el mundo (Sal. 93:3, 4; 124:2-5). Del mismo modo, en Salmo 46, las imágenes de las calamidades naturales representan el mundo controlado por las naciones que desatan guerras (Sal. 46:6).
Evidentemente, es un mundo sin el conocimiento de Dios, porque Dios está en medio de su pueblo, y donde Dios mora abunda la paz (Sal. 46:4, 5). Sin embargo, aunque el mundo lo rechaza, Dios no abandona al mundo. Dios está presente en el mundo porque está en medio de su pueblo. En otras palabras, sin importar las malas condiciones, la presencia de Dios está aquí, en el mundo, y podemos obtener esperanza y aliento del conocimiento de esta verdad fundamental.
El Señor, que es el refugio perfecto, es la Fuente de la paz y la seguridad duraderas de Sion. La palabra que destaca la seguridad de Sion es “aunque” en Salmo 46:3. Aunque el mundo está convulsionado, el pueblo de Dios está a salvo. Esto demuestra que la paz no es el resultado de la ausencia total de pruebas, sino el don de Dios para los hijos que confían en él. La confianza incondicional en Dios puede hacer que el hijo de Dios esté en paz y seguro en medio de la tormenta (Mat. 8:23-27). La pregunta que se plantea es: ¿Dejará Dios al mundo a merced de sus decisiones y de sus acciones destructivas para siempre?
Dios responde con tal grado de disgusto que su palabra, que había creado la Tierra, ahora hace que la Tierra se derrita (Sal. 46:6). Sin embargo, el derretimiento no termina en destrucción, sino en renovación. Observa que Dios extiende su paz desde Sion hasta los confines de la Tierra. Dios hará cesar las guerras y extinguirá los instrumentos de destrucción que las naciones impías utilizaron para traer opresión al mundo (Sal. 46:9). Esta es la gran esperanza que tenemos los cristianos, que se verificará en la segunda venida de Jesús.
Miércoles 13 de marzo
Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas. Salmo 84:5…
[La vida de Enoc] fue lo que puede ser la vida de cada persona que vive cerca de Dios. Debiéramos recordar que Enoc estuvo rodeado de influencias impías. La sociedad que lo rodeaba era tan depravada que Dios trajo el diluvio sobre el mundo para destruir a sus habitantes, a causa de su corrupción…
José conservó su integridad cuando estuvo rodeado de idólatras en Egipto, en medio del pecado, la blasfemia e influencias corruptoras. Cuando fue tentado a apartarse de la senda de la virtud su respuesta fue: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” Génesis 39:9. Enoc, José y Daniel dependieron de una fuerza que era infinita; y este es el único camino seguro para los cristianos de hoy
(Reflejemos a Jesús, p. 299).
Ya ha llegado el tiempo en que en un momento podremos estar pisando tierra firme, y en el siguiente la tierra estará moviéndose debajo de nuestros pies. Ocurrirán terremotos cuando menos se los espere.
En incendios, inundaciones, terremotos, en la furia de las grandes profundidades, en calamidades por mar y tierra, se da la advertencia de que el Espíritu de Dios no contenderá para siempre con el hombre.
Antes de que el Hijo del hombre aparezca en las nubes del cielo todo estará convulsionado en la naturaleza. Rayos del cielo unidos con el fuego interno de la tierra harán que las montañas ardan como un horno y que hagan fluir sus torrentes de lava sobre aldeas y ciudades. Masas de rocas derretidas, arrojadas dentro del agua por el solevantamiento de cosas ocultas dentro de la tierra, harán que hierva el agua y despida rocas y tierra. Habrá formidables terremotos y gran destrucción de vidas humanas
(Eventos de los últimos días, pp. 25, 26).
Si hoy tomásemos tiempo para ir a Jesús y contarle nuestras necesidades, no quedaríamos chasqueados; él estaría a nuestra diestra para ayudarnos. Necesitamos más sencillez, más confianza en nuestro Salvador…
En todos los que reciben la preparación divina, debe revelarse una vida que no está en armonía con el mundo, sus costumbres o prácticas; y cada uno necesita tener experiencia personal en cuanto a obtener el conocimiento de la voluntad de Dios. Debemos oírle individualmente hablarnos al corazón. Cuando todas las demás voces quedan acalladas, y en la quietud esperamos delante de él, el silencio del alma hace más distinta la voz de Dios. Nos invita: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Salmo 46:10. Solamente allí puede encontrarse verdadero descanso. Y esta es la preparación eficaz para todo trabajo que se haya de realizar para Dios. Entre la muchedumbre apresurada y el recargo de las intensas actividades de la vida, el alma que es así refrigerada quedará rodeada de una atmósfera de luz y de paz. La vida respirará fragancia, y revelará un poder divino que alcanzará a los corazones humanos (El Deseado de todas las gentes, pp. 330, 331).
A los que confían en el Señor se los compara con el monte Sion, símbolo de firmeza y fortaleza. La magnífica vista de las montañas que rodeaban la ciudad de Jerusalén inspiró al salmista a reconocer la certeza de la protección divina (Sal. 5:12; 32:7, 10). A diferencia de los montes dominados por los impíos, que son zarandeados por los mares (Sal. 46:2), la impresionante durabilidad del monte sobre el que se asentaba Jerusalén inspira una profunda confianza. La confianza en la protección de Dios se hace aún más audaz ante la dolorosa realidad en la que el mal parece prevalecer con tanta frecuencia. Sin embargo, incluso en medio de ese mal, el pueblo de Dios puede tener esperanza.
Los hijos de Dios pueden sentirse desanimados por el éxito de los impíos y quizá se sientan tentados a seguir sus caminos (Sal. 73:2-13; 94:3). La tremenda estabilidad del monte de Sion no puede proteger a los que se apartan del Señor. El pueblo sigue teniendo libertad para extender “sus manos a la iniquidad” (Sal. 125:3) y apartarse “por sendas tortuosas” (Sal. 125:5). El Señor es justo y juzgará a quienes persistan en su rebeldía, junto con otros pecadores impenitentes.
Este es el llamado al pueblo de Dios para que permanezca inconmovible en la fe y la confianza en el Señor, del mismo modo que el monte Sion es su refugio inconmovible. Es decir, aun cuando no entendemos las cosas, podemos seguir confiando en la bondad de Dios.
“La entrada del pecado en el mundo, la encarnación de Cristo, la regeneración, la resurrección, así como otros asuntos que se presentan en la Sagrada Escritura son misterios demasiado profundos para que la mente humana los explique, o siquiera los entienda realmente. Pero no tenemos motivo para dudar de la Palabra de Dios porque no podamos comprender los misterios de su providencia. [...] Por doquiera se ven maravillas que superan nuestro conocimiento. ¿Vamos entonces a sorprendernos de que en el mundo espiritual haya también misterios que no podemos sondear? La dificultad estriba únicamente en la debilidad y las limitaciones de la inteligencia humana. Dios nos ha dado en las Sagradas Escrituras pruebas suficientes de su carácter divino, y no debemos dudar de su Palabra porque no podamos entender los misterios de su providencia” (Elena de White, El camino a Cristo, pp. 159-160).
Jueves 14 de marzo
[Los] los saduceos y fariseos resolvieron conjuntamente hacer cesar la obra de los discípulos, pues demostraban su culpabilidad en la muerte de Jesús. Poseídos de indignación, los sacerdotes echaron violentamente mano a Pedro y Juan y los pusieron en la cárcel pública.
No se intimidaron ni se abatieron los discípulos por semejante trato… El Dios del cielo, el poderoso Gobernador del universo, tomó por su cuenta el asunto del encarcelamiento de los discípulos, porque los hombres guerreaban contra su obra. Por la noche, el ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel y dijo a los discípulos: “Id, y estando en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida”. Hechos 5:20.
Poco antes de su crucifixión, Cristo había dejado a sus discípulos un legado de paz: “La paz os dejo —dijo—, mi paz os doy… Esta paz no es la paz que proviene de la conformidad con el mundo. Cristo nunca procuró paz transigiendo con el mal. La que Cristo dejó a sus discípulos es interior más bien que exterior, y había de permanecer para siempre con sus testigos a través de las luchas y contiendas
(Exaltad a Jesús, p. 222).
¿Cuál fue la fortaleza de los que en tiempos pasados padecieron persecución por causa de Cristo? Consistió en su unión con Dios, con el Espíritu Santo y con Cristo. El vituperio y la persecución han separado a muchos de sus amigos terrenales, pero nunca del amor de Cristo. Nunca es tan amada de su Salvador el alma combatida por las tormentas de la prueba como cuando padece afrenta por la verdad. “Yo le amaré, y me manifestaré a él”, dijo Cristo. Juan 14:21. Cuando el creyente se sienta en el banquillo de los acusados ante los tribunales terrenales por causa de la verdad, está Cristo a su lado. Cuando se ve recluido entre las paredes de una cárcel, Cristo se le manifiesta y le consuela con su amor. Cuando padece la muerte por causa de Cristo, el Salvador le dice: Podrán matar el cuerpo, pero no podrán dañar el alma…
“Los que confían en Jehová son como el monte de Sión, que no deslizará: estará para siempre. Como Jerusalem tiene montes alrededor de ella, así Jehová alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre”. “De engaño y de violencia redimirá sus almas; y la sangre de ellos será preciosa en sus ojos”. Salmo 125:1, 2
(Los hechos de los apóstoles, pp. 70, 71).
El peligro acecha en medio de la prosperidad. A través de los siglos, las riquezas y los honores han hecho peligrar la humildad y la espiritualidad. No es la copa vacía la que nos cuesta llevar; es la que rebosa la que debe ser llevada con cuidado. La aflicción y la adversidad pueden ocasionar pesar; pero es la prosperidad la que resulta más peligrosa para la vida espiritual. A menos que el súbdito humano esté constantemente sometido a la voluntad de Dios, a menos que esté santificado por la verdad, la prosperidad despertará la inclinación natural a la presunción (Profetas y reyes, p. 43).
Para estudiar y meditar: Reflexiona sobre el mensaje de Isaías 40 e Isaías 51:1 al 16.
Los cantos de Sion suponen un compromiso absoluto de mantenerse enfocados en Sion y en la esperanza viva en el reinado soberano de Dios que este representa. Aunque muchas bendiciones del Santuario de Dios se experimentan en esta vida, la esperanza en la plenitud de la vida y el gozo en Sion todavía están puestas en el futuro. Muchos hijos de Dios añoran con lágrimas la Sion celestial (Sal. 137:1). Recordar a Sion implica no solamente un pensamiento ocasional, sino un interés deliberado y la decisión de vivir de acuerdo con ese recuerdo vivo (Éxo. 13:3; 20:8).
Por eso, entonar los cantos de Sion conlleva la apasionada resolución de mantener viva la esperanza en la restauración del Reino de Dios en la Tierra Nueva (Apoc. 21:1-5). “Allí las mentes inmortales reflexionarán con deleite inagotable en las maravillas del poder creador, en los misterios del amor redentor. Allí no habrá enemigo cruel y engañador para tentar a olvidarnos de Dios. Toda facultad será desarrollada, toda capacidad aumentada. La adquisición de conocimientos no cansará la mente ni agotará las energías. Podrán llevarse a cabo las mayores empresas, satisfacerse las aspiraciones más sublimes, realizarse las ambiciones más encumbradas; y sin embargo surgirán nuevas alturas que superar, nuevas maravillas que admirar, nuevas verdades que comprender, nuevos objetivos que agucen las facultades de la mente, el alma y el cuerpo” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 656).
El compromiso de no olvidar a Sion es una promesa implícita, de los peregrinos del Señor, de que nunca aceptarán este mundo como su patria, sino que esperarán Cielos nuevos y Tierra Nueva.
Por ende, los salmos de Sion pueden ser entonados por creyentes de todas las generaciones que anhelan vivir en la Nueva Jerusalén (Apoc. 3:12). Los cantos de Sion nos animan a anhelar el mundo futuro, pero también nos obligan a ser representantes de la gracia de Dios en este mundo presente.
Preguntas para dialogar:
Viernes 15 de marzo
La fe por la cual vivo, 29 de enero, “Santificado para el culto”, p. 37;
Cada día con Dios, 16 de noviembre, “Nuestro refugio y fortaleza”, p. 327.