¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Comentarios Elena G. W. - Lección 9


          Sábado 24 de febrero

[Cuando citó la profecía de la piedra que fue rechazada, Cristo se refería] a un acontecimiento verídico de la historia de Israel. El incidente estaba relacionado con la edificación del primer templo… Se había traído una piedra de un tamaño poco común y de una forma peculiar para ser usada en el fundamento; pero los obreros no podían encontrar lugar para ella, y no querían aceptarla. Era una molestia para ellos mientras quedaba abandonada en el camino. Por mucho tiempo, permaneció rechazada. Pero cuando los edificadores llegaron al fundamento de la esquina, buscaron mucho tiempo una piedra de suficiente tamaño y fortaleza, y de la forma apropiada para ocupar ese lugar y soportar el gran peso que había de descansar sobre ella. Si hubiesen escogido erróneamente la piedra de ese lugar, hubiera estado en peligro todo el edificio…

Se habían escogido diversas piedras en diferentes oportunidades, pero habían quedado desmenuzadas bajo la presión del inmenso peso… Pero al fin la atención de los edificadores se dirigió a la piedra por tanto tiempo rechazada. Había quedado expuesta al aire, al sol y a la tormenta, sin revelar la más leve rajadura. Los edificadores la examinaron. Había soportado todas las pruebas menos una. Si podía soportar la prueba de una gran presión, la aceptarían como piedra de esquina. Se hizo la prueba. La piedra fue aceptada, se la llevó a la posición asignada y se encontró que ocupaba exactamente el lugar. En visión profética, se le mostró a Isaías que esta piedra era un símbolo de Cristo (El Deseado de todas las gentes, p. 549).
 

Por cuarenta días Cristo permaneció en la tierra, preparando a los discípulos para la obra que tenían por delante, y explicándoles lo que hasta entonces habían sido incapaces de comprender. Les habló de las profecías concernientes a su advenimiento, su rechazamiento por los judíos, y su muerte, mostrando que todas las especificaciones de estas profecías se habían cumplido. Les dijo que debían considerar este cumplimiento de la profecía como una garantía del poder que los asistiría en sus labores futuras. “Entonces les abrió el sentido —leemos— para que entendiesen las Escrituras; y díjoles: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando de Jerusalén”. Y añadió: “Vosotros sois testigos de estas cosas”. Lucas 24:45-48 (Los hechos de los apóstoles, p. 22).
 

Los anhelosos discípulos escuchaban gozosamente las enseñanzas del Maestro, alimentándose, llenos de alegría, con cada palabra que fluía de sus santos labios. Sabían ahora con certeza que era el Salvador del mundo. Sus palabras penetraban hondamente en sus corazones, y lamentaban que tuviesen que separarse pronto de su Maestro celestial y no pudiesen ya oír las consoladoras y compasivas palabras de sus labios. Pero de nuevo se inflamaron sus corazones de amor y excelso júbilo, cuando Jesús les dijo que iba a aparejarles lugar y volver otra vez para llevárselos consigo, de modo que siempre estuviesen con él. También les prometió enviarles el Consolador, el Espíritu Santo, para guiarlos en toda verdad. “Y alzando sus manos, los bendijo” (Primeros escritos, p. 189).

Domingo 25 de febrero

El pastor divino y abnegado

De todas las criaturas, la oveja es una de las más tímidas e indefensas, y en el Oriente el cuidado del pastor por su rebaño es incansable e incesante…

Mientras el pastor guía su rebaño por sobre las colinas rocosas, a través de los bosques y de las hondonadas desiertas, a los rincones cubiertos de pastos junto a la ribera de los ríos; mientras lo cuida en las montañas durante las noches solitarias, lo protege de los ladrones y con ternura atiende a las enfermizas y débiles, su vida se unifica con la de sus ovejas. Un fuerte lazo de cariño lo une a los objetos de su cuidado. Por grande que sea su rebaño, él conoce cada oveja. Cada una tiene su nombre, al cual responde cuando la llama el pastor.

Como un pastor terrenal conoce sus ovejas, así el divino Pastor conoce su rebaño, esparcido por el mundo. “Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice el Señor Jehová”. Jesús dice: “Te puse nombre, mío eres tú”. “He aquí que en las palmas te tengo esculpida”. Ezequiel 34:31; Isaías 43:1; 49:16 (El Deseado de todas las gentes, pp. 444, 445).
 

Cristo, en su relación con su pueblo, [se compara] con un pastor. Después de la caída del hombre vio a sus ovejas condenadas a perecer en las sendas tenebrosas del pecado. Para salvar a estas descarriadas, dejó los honores y la gloria de la casa de su Padre. Dice: “Yo buscaré a la perdida y haré volver al redil a la descarriada, vendaré la perniquebrada y fortaleceré a la débil”. “Yo salvaré a mis ovejas y nunca más serán objeto de rapiña”; “ni las fieras del país las devorarán”. Se oye su voz que las llama a su redil: “Y habrá un resguardo de sombra contra el calor del día, y un refugio y escondedero contra la tempestad y el aguacero”. Su cuidado por el rebaño es incansable. Fortalece a las ovejas débiles, libra a las que padecen, reúne los corderos en sus brazos, y los lleva en su seno. Sus ovejas lo aman (Historia de los patriarcas y profetas, p. 189).
 

[C]uando la tormenta de la persecución caiga realmente sobre nosotros, las ovejas fieles escucharán la voz del Pastor verdadero. Se harán esfuerzos desinteresados para salvar a los perdidos, y muchos que han dejado el redil, regresarán para ir en pos del gran Pastor. El pueblo de Dios se unirá y presentará un frente común ante el enemigo. Ante el creciente peligro, cesará la lucha por la supremacía; no habrá más disputas para decidir quién es el más importante. Ninguno de los creyentes fieles dirá: “Yo soy de Pablo; y yo de Apolo; y yo de Pedro”. El testimonio de cada uno será: “Me aferro de Cristo; me gozo en él porque es mi Salvador”…

El amor de Cristo, el amor de nuestros hermanos, testificará ante el mundo de que hemos estado con Jesús y aprendido de él (Testimonios para la iglesia, t. 6, pp. 400, 401).

Lunes 26 de febrero

El mesías sufriente

Mediante el salmista, Cristo había predicho el trato que iba a recibir de los hombres: “Yo soy … oprobio de los hombres, y desecho del pueblo. Todos los que me ven, escarnecen de mí; estiran los labios, menean la cabeza, diciendo: Remítese a Jehová, líbrelo; sálvele, puesto que en él se complacía”. “Contar puedo todos mis huesos; ellos miran, considéranme. Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes”. “He sido extrañado de mis hermanos, y extraño a los hijos de mi madre. Porque me consumió el celo de tu casa; y los denuestos de los que te vituperaban, cayeron sobre mí”. “La afrenta ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado: y esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo: y consoladores, y ninguno hallé”. Salmo 22:6-8, 17, 18; 69:8, 9, 20 (Los hechos de los apóstoles, pp. 182, 183).
 

Los hombres, a quienes Dios había creado, y que dependían de él en cada momento de su vida, que pretendían ser hijos de Abraham, llevaron a cabo la ira de Satanás contra el inocente Hijo del Dios infinito. Mientras Cristo estaba llevando la pesada culpabilidad provocada por la transgresión de la ley, mientras estaba precisamente en el acto de llevar nuestros pecados, fue mofado… por los principales sacerdotes y gobernantes… Fue allí [en la cruz] donde la misericordia y la verdad se encontraron, donde la justicia y la paz se abrazaron. Aquí hay un tema que todos necesitan entender. Aquí hay longuras, anchuras, profundidades y alturas que sobrepujan todo cómputo.

El carácter de Cristo es infinitamente perfecto. La Palabra lo revela. Es alzado y proclamado como el Único, que dio su vida por la vida del mundo… Cristo dio su vida para que todos los desleales y desobedientes pudieran comprender la verdad de la promesa dada en el primer capítulo de Juan: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Juan 1:12. Repetid esto vez tras vez. Podemos llegar a ser hijos de Dios, miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Todos los que aceptan a Jesucristo y mantienen firmemente el principio de su confianza hasta el fin, serán los herederos de Dios y coherederos con Cristo (That I May Know Him, p. 70; parcialmente en A fin de conocerle, p. 72).
 

Cuando el pecador capta una visión de los inigualables encantos de Jesús, el pecado ya no le parece atractivo, pues contempla al “Señalado entre diez mil”, “todo él codiciable”. Cantares 5:10, 16. Percibe por experiencia personal el poder del evangelio, cuya amplitud de designio es solo igualado por lo precioso de su propósito (Reflejemos a Jesús, p. 68).

Martes 27 de febrero

Siempre fiel a su pacto

Grandes y gloriosas fueron las promesas hechas a David y a su casa. Eran promesas que señalaban hacia el futuro, hacia las edades eternas, y encontraron la plenitud de su cumplimiento en Cristo. El Señor declaró:

“Juré a David mi siervo, diciendo: … Mi mano será firme con él, mi brazo también lo fortificará… Y mi verdad y mi misericordia serán con él; y en mi nombre será ensalzado su cuerno. Asimismo pondré su mano en la mar, y en los ríos su diestra. Él me llamará: Mi padre eres tú, mi Dios, y la roca de mi salud. Yo también le pondré por primogénito, alto sobre los reyes de la tierra. Para siempre le conservaré mi misericordia; y mi alianza será firme con él. Y pondré su simiente para siempre, y su trono como los días de los cielos”. Salmo 89:3, 21-29 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 818, 819).
 

Más de un obrador de iniquidad ha excusado su propio pecado señalando la caída de David; pero ¡cuán pocos son los que manifiestan la penitencia y la humildad de David! ¡Cuán pocos soportarían la reprensión y la retribución con la paciencia y la fortaleza que él manifesto!…

Pero él vio en su propio pecado la causa de su dificultad. Las palabras del profeta Miqueas respiran el espíritu que alentó el corazón de David: “Aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. La ira de Jehová soportaré, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa y haga mi juicio”. Miqueas 7:8, 9. Y el Señor no abandonó a David. Este capítulo de su experiencia cuando, sufriendo los insultos más crueles y los agravios más severos, se muestra humilde, desinteresado, generoso y sumiso, es uno de los más nobles de toda su historia. Jamás fue el gobernante de Israel más verdaderamente grande a los ojos del cielo que en esta hora de más profunda humillación exterior (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 797, 798).
 

El apóstol [Pablo] exaltó a Cristo delante de sus hermanos como aquel por quien Dios había creado todas las cosas, y por quien había labrado su redención. Declaró que la mano que sostiene los mundos en el espacio y mantiene en su ordenada distribución e infatigable actividad todas las cosas en el universo, es la que fué clavada por ellos en la cruz. “Por él fueron criadas todas las cosas —escribió Pablo— que están en los cielos, y que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue criado por él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y por él todas las cosas subsisten”…

El Hijo de Dios se humilló para levantar al caído. Por ello dejó los mundos celestiales que no han conocido el pecado, los noventa y nueve que le amaban, y vino a esta tierra para ser “herido por nuestras rebeliones”, y “molido por nuestros pecados”. Isaías 53:5… Lleno de ternura, compasión, simpatía, siempre considerado con los demás, representó el carácter de Dios. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad”. Juan 1:14 (Los hechos de los apóstoles, pp. 376, 377).

Miércoles 28 de febrero

Rey eterno de poder incomparable

Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Salmo 110:1.

El amor del Padre hacia una raza caída es insondable, indescriptible y sin parangón. Este amor lo indujo a consentir dar a su Hijo unigénito para que muriera, a fin de que el hombre rebelde pudiera ser puesto en armonía con el gobierno del cielo, y pudiera salvarse de la penalidad de la transgresión. El Hijo de Dios depuso su trono real, a fin de hacerse pobre por causa de nosotros, para que por medio de su pobreza nosotros fuéramos enriquecidos. Llegó a ser “varón de dolores” para que pudiéramos participar de su eterno regocijo… Dios permitió que su amado Hijo, lleno de gracia y de verdad, descendiera de un mundo de indescriptible gloria a otro mundo viciado y agostado por el pecado, entenebrecido con las sombras de la muerte y la maldición…

Por su humanidad, Cristo tocaba a la humanidad; por su divinidad, se asía del trono de Dios (La maravillosa gracia de Dios, p. 79).
 

Cuando Cristo vuelva a la tierra, los hombres no le verán como preso rodeado por una turba. Le verán como Rey del cielo. Cristo volverá en su gloria, en la gloria de su Padre y en la gloria de los santos ángeles. Miríadas y miríadas, y miles de miles de ángeles, hermosos y triunfantes hijos de Dios que poseen una belleza y gloria superiores a todo lo que conocemos, le escoltarán en su regreso. Entonces se sentará sobre el trono de su gloria y delante de él se congregarán todas las naciones. Entonces todo ojo le verá y también los que le traspasaron. En lugar de una corona de espinas, llevará una corona de gloria, una corona dentro de otra corona. En lugar de aquel viejo manto de grana, llevará un vestido del blanco más puro, “tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos”. Marcos 9:3. Y en su vestidura y en su muslo estará escrito un nombre: “Rey de reyes y Señor de señores”. Apocalipsis 19:16 (El Deseado de todas las gentes, pp. 688, 689).
 

El reino de la gracia de Dios se está estableciendo, a medida que ahora, día tras día, los corazones que estaban llenos de pecado y rebelión se someten a la soberanía de su amor. Pero el establecimiento completo del reino de su gloria no se producirá hasta la segunda venida de Cristo a este mundo… .

Las puertas del cielo se abrirán otra vez y nuestro Salvador, acompañado de millones de santos, saldrá como Rey de reyes y Señor de señores. Jehová Emmanuel “será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre”. “El tabernáculo de Dios” estará con los hombres y Dios “morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”. Zacarías 14:9; Apocalipsis 21:3 (El discurso maestro de Jesucristo, p. 93).

Jueves 29 de febrero

Sacerdote eterno según el orden de Melquisedec

Fue la obra de Cristo presentar la verdad en el marco del evangelio y revelar los preceptos y principios que había dado al hombre caído. Cada idea que presentó Cristo era propia de él. No necesitó tomar prestados los pensamientos de nadie, porque era el originador de toda verdad. Podía presentar las ideas de los profetas y de los filósofos, y preservar la originalidad de él, pues era suya toda la sabiduría. Él era el manantial, la fuente de toda verdad. Llevaba la delantera a todos, y por su enseñanza llegó a ser el dirigente espiritual para todos los siglos.

Fue Cristo el que habló mediante Melquisedec, el sacerdote del Dios altísimo. Melquisedec no era Cristo, sino la voz de Dios en el mundo, el representante del Padre. Y Cristo ha hablado a través de todas las generaciones del pasado. Cristo ha guiado a su pueblo y ha sido la luz del mundo (Mensajes selectos, t. 1, p. 479).
 

[E]n el niño de Belén estaba velada la gloria ante la cual los ángeles se postran. Este niño inconsciente era la Simiente prometida, señalada por el primer altar erigido ante la puerta del Edén. Era Shiloh, el pacificador. Era Aquel que se presentara a Moisés como el YO SOY. Era Aquel que, en la columna de nube y de fuego, había guiado a Israel. Era Aquel, que de antiguo predijeran los videntes. Era el Deseado de todas las gentes, la Raíz, la Posteridad de David, la brillante Estrella de la Mañana. El nombre de aquel niñito impotente, inscrito en el registro de Israel como Hermano nuestro, era la esperanza de la humanidad caída. El niño por quien se pagara el rescate era Aquel que había de pagar la redención de los pecados del mundo entero. Era el verdadero “gran sacerdote sobre la casa de Dios”, la cabeza de “un sacerdocio inmutable”, el intercesor “a la diestra de la Majestad en las alturas”. Hebreos 10:28; 7:24; 1:3 (El Deseado de todas las gentes, p. 36).
 

El arco iris rodea el trono como una seguridad de que Dios es verdadero, que en él no hay mudanza ni sombra de variación. Hemos pecado contra él, y somos indignos de su favor… Cuando venimos a él confesando nuestra indignidad y pecado, él se ha comprometido a atender nuestro clamor. El honor de su trono está empeñado en el cumplimiento de la palabra que nos ha dado.

A semejanza de Aarón, que simbolizaba a Cristo, nuestro Salvador lleva los nombres de todos sus hijos sobre su corazón en el Lugar Santo. Nuestro gran sumo sacerdote recuerda todas las palabras por medio de las cuales nos ha animado a confiar. Nunca olvida su pacto.

Todo el que pida recibirá. A todo el que llame se le abrirá. No se presentará la excusa: No me seas molesto; la puerta está ya cerrada; no quiero abrirla. A nadie se le dirá jamás: No puedo ayudarte (Palabras de vida del gran Maestro, p. 114).

Viernes 1° de marzo

Para estudiar y meditar

Exaltad a Jesús, 19 de enero, “Un ejemplo inmaculado”, p. 27;

Exaltad a Jesús, 6 de julio, “El Buen Pastor”, p. 195.